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El Efecto Mozart: Mito, Ciencia y Realidad

  • Foto del escritor: J.L.G. Profesor de guitar
    J.L.G. Profesor de guitar
  • 10 jun
  • 4 Min. de lectura


Desde que en 1993 apareció un estudio que sugería que escuchar música de Mozart podía mejorar temporalmente las capacidades cognitivas, el llamado efecto Mozart ha capturado la imaginación del público, los medios de comunicación y hasta responsables de políticas públicas. Pero ¿qué hay realmente detrás de este fenómeno? ¿Es cierto que escuchar a Mozart puede hacernos más inteligentes? En este artículo exploraremos el origen del efecto Mozart, lo que dice la ciencia al respecto y cómo ha evolucionado su interpretación con el tiempo.




¿Qué es el Efecto Mozart?



El término "efecto Mozart" fue acuñado a raíz del estudio publicado por Rauscher, Shaw y Ky en la revista Nature en 1993. En este experimento, estudiantes universitarios que escucharon la Sonata para dos pianos en re mayor, K. 448 de Mozart durante 10 minutos mostraron un incremento temporal en su rendimiento en tareas de razonamiento espacial, como la visualización de patrones en papel tridimensional (Rauscher et al., 1993).

El hallazgo fue interpretado por muchos como evidencia de que la música clásica —y en particular la de Mozart— podía mejorar la inteligencia. A partir de ahí, el concepto fue simplificado, generalizado y, en muchos casos, exagerado. Gobiernos y empresas comenzaron a promover la idea de que escuchar a Mozart desde una edad temprana podía aumentar el coeficiente intelectual.



La Ciencia Detrás del Mito



Después del entusiasmo inicial, muchos investigadores se propusieron replicar el estudio original y poner a prueba el efecto Mozart en distintas condiciones. Los resultados fueron diversos. Algunos estudios sí encontraron una mejora temporal en tareas cognitivas después de escuchar música, mientras que otros no observaron ningún efecto significativo.

Una revisión sistemática y metaanálisis publicada en Nature en 1999 (Chabris, 1999) concluyó que cualquier mejora observada era pequeña y específica para ciertas tareas espaciales, no para la inteligencia en general. Según Chabris, el llamado efecto Mozart se debía probablemente a un aumento temporal en el estado de alerta y el nivel de activación del cerebro, similar al que podría producirse al escuchar otro tipo de música o incluso simplemente al sentirse motivado o de buen humor.

Otra revisión crítica realizada por Kenneth Steele (2000) argumentó que el efecto era tan pequeño y variable que no merecía la atención mediática que había recibido. Steele y otros expertos llegaron a la conclusión de que la mejora cognitiva observada no era exclusiva de la música de Mozart, ni siquiera de la música clásica en general.


Mozart pintura
Mozart

Música, Emoción y Cognición



La mayoría de los estudios recientes se enfocan en cómo la música puede afectar el estado de ánimo, la motivación y la activación cognitiva. En este contexto, el efecto Mozart no sería un fenómeno exclusivo, sino parte de una relación más amplia entre música y función cerebral.

Por ejemplo, Thompson, Schellenberg y Husain (2001) encontraron que la mejora en tareas cognitivas no dependía de Mozart en particular, sino del nivel de estimulación emocional que producía la música. En su estudio, la música alegre y enérgica de Mozart aumentaba el rendimiento, pero también lo hacía la música popular con características similares.

Esto sugiere que la música puede actuar como un estímulo que mejora temporalmente funciones ejecutivas como la atención y la memoria de trabajo, pero no porque tenga propiedades mágicas, sino porque influye en cómo nos sentimos y cuán alertas estamos.


W.A.Mozart

Mozart para Bebés: Marketing Vs Ciencia



Uno de los efectos más visibles del fenómeno fue el surgimiento de toda una industria de productos para bebés basados en el efecto Mozart. Desde CDs y juguetes hasta apps y programas educativos, muchas empresas aprovecharon la popularidad del mito para vender la idea de que exponer a los niños a música clásica los haría más inteligentes.

En el año 1998, el entonces gobernador de Georgia, Zell Miller, propuso distribuir CDs de música clásica a todos los recién nacidos del estado. Iniciativas similares se replicaron en otros lugares. Sin embargo, estudios posteriores demostraron que no hay evidencia científica sólida de que la exposición pasiva a música clásica en la infancia tenga un impacto directo y significativo en el desarrollo cognitivo.

Un artículo publicado en Psychological Science in the Public Interest (Schellenberg, 2005) concluyó que los beneficios duraderos de la música para el desarrollo cognitivo aparecen principalmente cuando los niños reciben educación musical activa (es decir, aprenden a tocar un instrumento), no simplemente cuando escuchan música de fondo.


Entonces, ¿Funciona o No?


La respuesta breve es: depende de qué entendamos por “funcionar”.


  • Si entendemos el efecto Mozart como una mejora temporal en habilidades cognitivas específicas debido a una mayor activación y estado de ánimo: sí, puede funcionar.


  • Si lo interpretamos como un aumento general y duradero de la inteligencia simplemente por escuchar a Mozart: no, la evidencia no lo respalda.


La música sí tiene un efecto en nuestro cerebro, pero no es exclusivo de Mozart ni puede reemplazar métodos comprobados de educación y estimulación cognitiva.


El efecto Mozart es un ejemplo fascinante de cómo un hallazgo científico puede ser distorsionado por los medios y convertido en un fenómeno cultural. Aunque la idea de que escuchar música clásica nos hace más inteligentes es atractiva, la realidad es más compleja.

Escuchar música, ya sea de Mozart o de otro compositor, puede mejorar nuestro estado de ánimo, aumentar nuestra concentración y hacer que ciertas tareas se vuelvan más llevaderas. Pero para lograr mejoras reales y sostenidas en nuestras capacidades cognitivas, es más efectivo involucrarse activamente en actividades como el aprendizaje musical, el ejercicio físico regular, el buen descanso y una educación de calidad.

Como tantas veces en ciencia, la verdad es más interesante —y más útil— que el mito.



Fuentes citadas:


  • Rauscher, F. H., Shaw, G. L., & Ky, C. N. (1993). Music and spatial task performance. Nature.

  • Chabris, C. F. (1999). Prelude or requiem for the "Mozart effect"?. Nature.

  • Thompson, W. F., Schellenberg, E. G., & Husain, G. (2001). Arousal, mood, and the Mozart effect. Psychological Science.

  • Schellenberg, E. G. (2005). Music and cognitive abilities. Current Directions in Psychological Science.

  • Steele, K. M. (2000). Arousal and mood factors in the “Mozart effect”. The Journal of Psychology.

 
 
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